Reunión de la revista Setecientosmonos, bar Savoy, Rosario, 1965.

miércoles, 3 de abril de 2013

Setecientosmonos, nuestros años sesenta

Publicada en diario La Capital, Suplemento Señales, 10/02/2013

Setecientosmonos, nuestros años sesenta

Fue una de las revistas literarias más importantes de Rosario. Se publicó entre 1964 y 1967, dirigida por Carlos Schork, Juan Martini y Nicolás Rosa. Una antología recupera su legado.
Judith Podlubne

Las razones que impulsan a escritores, críticos e intelectuales a hacer una revista suelen ser múltiples, distintas, y a veces azarosas. Con frecuencia sin embargo esa diversidad se eclipsa frente al imperativo político o cultural, o simplemente periodístico, de transformar motivos circunstanciales en causas nobles. Setecientosmonos, una de las revistas literarias más importantes de los años sesenta en la ciudad de Rosario, nace de una inquietud juvenil: el interés por difundir sus escritos que reúne a un grupo de amigos del barrio, integrado por Juan Martini, Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Rubén Radeff.
Según se desprende del relato de los protagonistas, Martini y Schork comienzan a sentirse escritores sólo después de haber ganado el concurso de cuentos que, a mediados de 1964, organiza Amigos del Arte. Para ese momento Setecientosmonos cuenta ya con dos números. Además de un rito de iniciación literaria, este concurso les depara a sus directores el encuentro con quien en adelante marcará el rumbo editorial de la revista. En la entrega de premios conocen al joven Nicolás Rosa, un personaje aún sin inserción académica, pero muy vinculado al medio cultural de la ciudad. La incorporación de Rosa cambia sustancialmente el perfil de la publicación. Setecientosmonos deja de ser una revista de jóvenes interesados en divulgar sus relatos para aventurar posiciones intelectuales y acercamientos críticos a la literatura.
La antología de Setecientosmonos que acaba de publicar Santiago Arcos, con edición a cargo de Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, recupera desde su composición el cruce de avatares personales y acciones colectivas que configuraron el itinerario de la revista. Sin dudas el acierto principal del libro es dar a conocer y poner en circulación las contribuciones más destacadas de una publicación ineludible no sólo para comprender el clima intelectual de la ciudad en la segunda mitad de los años 60 sino también para acceder a una perspectiva algo más amplia, menos centralizada, del período. En este sentido, la Antología dialoga con el relato iniciado por otro libro imprescindible sobre la época, como es Del Di Tella a Tucumán Arde, de Ana Longoni y Mariano Mestman.
No menos significativo que este acierto fundamental es el modo en que los editores eligen componer el volumen. Atentos a la advertencia de que "las revistas se van haciendo sobre la marcha" con que el número 3/4 (diciembre de 1964) anuncia los cambios que la afectarán en adelante, Aguirre y Di Crosta incorporan a laAntología testimonios en los que se narra, con matices y diferencias significativos, el rumbo que fue tomando esa marcha. El texto liminar de Martini y las entrevistas a Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Norma Desinano, que realizan Osvaldo Aguirre y Julieta Tonello, proyectan una suerte de novela de formación, heterogénea y entusiasta, en la que las costumbres y las demandas de la época se mezclan con anécdotas triviales, reveladoras del ánimo vocacional del grupo fundador. Esta historia entrecruzada atraviesa las lecturas críticas que preceden las distintas secciones del volumen. "En el reino de la literatura", el texto de Aguirre con que se abre la Antología, resulta un umbral oportuno. Certero en el examen de las circunstancias y las relaciones locales que orientaron los distintos momentos de la revista y perspicaz en el análisis de las contribuciones que perfilaron su rumbo editorial, el ensayo establece las coordenadas que resuelven el plan general de la Antología.
Con excepción de la nota, aparecida en el número 1, en la que se cuenta el chiste cándido que decide el nombre de la revista, todas las colaboraciones incluidas en la compilación proceden del número 3/4 en adelante y se organizan en cuatro secciones diferentes. La primera reúne los textos editoriales en los que el grupo define, con precipitación, posturas intelectuales a tono con las intimaciones del momento. El contraste que el apartado propone entre la "Carta de la dirección" del número 3/4 y la del número 5 es elocuente de la urgencia con que se tramita el cambio de propósitos. Un cambio que implica el relevo de algunos modelos iniciales, Ernesto Sábato y Abelardo Castillo, por la autoridad de Jean Paul Sartre.
La segunda sección, titulada "Ficciones", recoge una serie de relatos entre los que se incluyen los de Martini y Schork que resultaron premiados en el concurso de Amigos del Arte, un cuento de Martha Lynch, otros de Mario Verandi y de Angélica Gorodischer, y, por último, "La playa" de Alain Robbe-Grillet en traducción de Juan José Saer. La diversidad deja ver el carácter misceláneo que Setecientosmonos acredita en sus vínculos y preferencias literarias. Por un lado, los escritores locales conviven con autores de proyección nacional y con algunos extranjeros y, por otro, relatos de temática social, firmados en su mayoría por narradores que participan también en El escarabajo de oro, se cruzan con el interés por las experimentaciones del objetivismo francés que manifiestan los críticos de la revista. Significativamente, la antología no dispone de una sección para los poemas, aun cuando en la revista colaboran nombres importantes, como Juan L. Ortiz, Juan José Saer y Hugo Padeletti.
La renovación de la crítica
"Una crítica nueva" es sin dudas el apartado más representativo del giro que la revista comienza a dar con la inclusión de Rosa. Casi la mitad de la Antología está dedicada a esta sección, que es además la única del libro que cuenta con dos ensayos preliminares: "Nicolás Rosa y la nueva crítica literaria", de Gilda Di Crosta, y "Sentidos de vanguardia en Setecientosmonos: ruptura y eficacia (artística, política, crítica)", de Irina Garbatzky. Mientras el ensayo de Di Crosta analiza con exhaustividad las intervenciones de Rosa en el marco de su obra ensayística, el de Garbatzky sitúa algunos sentidos de vanguardia que despuntarán en la revista unos pocos años antes de la experiencia de Tucumán arde en la que intervinieron algunos de sus miembros.
La relevancia de esta sección se deja apreciar en varias direcciones. En primer lugar, ofrece una suerte de genealogía del discurso crítico en la Argentina, en tanto reúne no sólo los primeros textos de Rosa sino también los de aquellos colaboradores ligados a la transformación académica que Adolfo Prieto está impulsando en la Escuela de Letras de la UNL desde el inicio de la década. Junto al propio Prieto, también participan deSetecientosmonos María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer, Norma Desinano y Gladys Onega.
En segundo lugar, este apartado es testimonio de los acelerados y controvertidos caminos que recorrió en nuestro país la actualización teórico--crítica que impulsó el estructuralismo francés. Los artículos que Rosa escribe en estos años son, como señaló Prieto, una muestra estratográfica del pasaje del existencialismo sartreano a la lectura del texto literario como objeto de reflexión sobre la lengua. Las directivas y el instrumental crítico propio de la fenomenología existencial de Sartre y Merleau Ponty se intersectan en su caso, pero no sólo en el suyo, con las exigencias formales del análisis estructural. No sorprende entonces que la sección "Traducciones" recoja las versiones que Rosa realiza de textos de estos autores, junto a la traducción de una entrevista a Roland Barthes.
También en las intervenciones de los críticos universitarios el sociologismo sartreano convive con una atención especial sobre las técnicas del relato. Apelando al Sartre lector de Faulkner, el artículo de Prieto sobre Julio Córtazar pone esa atención en perspectiva al afirmar que los ejercicios formales no son nunca un dispendio de gratuidad en la medida en que la técnica novelesca nos acerca siempre a la metafísica del novelista. Esta conclusión no sólo media el interés especial que los críticos de Setecientosmonos manifiestan por las exploraciones de la nueva narrativa latinoamericana, sino también la atención que le prestan a la novela objetivista. En una dirección similar a la de Prieto, en la que la importancia de la técnica se resuelve al servicio de fines extraliterarios, la conclusión de Gramuglio sobre el objetivismo: "Las formas del espacio contribuyen a revelar el alcance subversivo, el aporte incuestionable del noveau roman", ratifica esa renovación de la crítica que proyecta el artículo de Rosa sobre Viñas. Escribe Rosa: "han surgido nuevos intentos críticos que posibilitan la valoración real y total de la obra literaria en su dualidad inseparable: su contexto social y su individualidad estética."
En este sentido, la publicación de la Antología invita a pensar una vez más no sólo en el alcance modernizador sino también en los límites de un pensamiento crítico que suscribe a la idea de totalidad y no renuncia a las dualidades. En esta invitación, cuyo objeto compromete uno de los capítulos más importantes de la historia de la crítica literaria argentina, el de su juventud, se asienta otro de los aciertos decisivos de esta compilación.

Archivo, intelectuales y nueva crítica


Publicado en Badebec, Revista del Centro de Estudios de Teoría y Crítica Literaria, Marzo de 2013


Archivo, intelectuales y nueva crítica

Mariana Patricia Busso y Lautaro Cossia


“Entiendo por archivo el conjunto de los discursos efectivamente 
pronunciados. Este conjunto es considerado no sólo como un conjunto de 
acontecimientos que han tenido lugar una vez por todas y han quedado en 
suspenso, en el limbo o el purgatorio de la historia, sino también como un conjunto que continúa funcionando, que se transforma a través de la 
historia, que da la posibilidad de aparecer a otros discursos”. 
Michel Foucault


El título de esta reseña y el acápite de Michel Foucault redundan en un 
mismo señalamiento: la antología publicada de la revista Setecientosmonos, edición 
a cargo de Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, recupera un archivo que el presente 
convierte en un objeto de reflexión y análisis sobre la historia cultural de la ciudad de 
Rosario, Argentina, en los años sesenta. Ambas dimensiones (ser archivo y 
proponer una crítica interpretativa de esos documentos recuperados) abarcan toda 
la estructura del libro. Por un lado, brinda un sumario de los diez números 
publicados, y la transcripción de buena parte de los artículos, testimonios, cuentos y 
traducciones aparecidas entre 1964 y 1967. Por el otro, presenta una serie de 
ensayos que funcionan como una remembranza crítica de aquel itinerario 
intelectual, al tiempo que constituyen puertas de entrada para la comprensión del 
material seleccionado en los distintos capítulos: el artículo “En el reino de la 
literatura”, de Aguirre, propone una lectura introductoria y transversal de aquella 
experiencia editorial, mientras que bajo el título “Diario de exploración” adelanta la 
influencia liminar de Abelardo Castillo, con sus “temáticas sociales y los giros 
coloquiales” (64), y el posterior acercamiento al objetivismo francés, tal lo delatan la 
ficción “El cubo”, de Juan Martini, y el valor interrogativo o experimental que algunos 
de sus críticos literarios le adjudican a la obra escrita (65). Mientras tanto, Di Crosta 
publica los ensayos “Un proceso de formación”, en el que presenta las distintas 
formas que asume el compromiso político-intelectual de la revista, y “Nicolás Rosa y 
la nueva crítica literaria”, donde analiza el programa de lectura practicado por el semiólogo rosarino durante la década del sesenta: “(…) reflexionar críticamente 
sobre la literatura argentina como un hecho político oponiéndose en su 
interpretación a la crítica tradicional ideológicamente connotada por el pensamiento 
burgués, y al mismo tiempo, a la critica formalizada ortodoxamente por la izquierda 
comunista” (114). Dicha posición encuentra su complemento analítico en el artículo 
de Irina Garbatzky, “Sentidos de vanguardia en Setecientosmonos: ruptura y 
eficacia (artística, política, crítica)”, un título que desde su propia enunciación 
conceptual propone seguir el desarrollo de las tensiones ideológicas y artísticas que 
cruzaron el campo intelectual. Finalmente, el análisis y las memorias de aquella 
apuesta editorial se completan con las entrevistas que el propio Aguirre y Julieta 
Tonello realizaron a Carlos Schork, Omar Pérez Cantón y Norma Desinano, 
integrantes de una revista que comenzó con los arrebatos de “una juvenilia” de 
estudiantes universitarios (350) y hoy se rescata como parte del legado literario de 
la ciudad de Rosario. O, si se prefiere, del mismísimo proceso histórico-cultural que 
vivió la Argentina entre 1955 y 1976.
El eje y la novedad del libro, sin embargo, hacen foco en la producción de un 
artefacto literario del mal llamado “interior” del país, siendo que la mayoría de los 
abordajes han privilegiado publicaciones de Buenos Aires. La magnitud y el impacto 
de aquéllas desestiman cualquier comparación. Por lo tanto, no se trata de ubicar a 
esta revista en el horizonte porteño, ni de negar las razones que señalan un 
desarrollo diferencial. Tan sólo se quiere expresar las potencialidades de un nuevo 
horizonte de indagación, como en el caso de Setecientosmonos, capaz de 
reconocer espacios de sociabilidad y producción literaria alejados de la gran 
metrópolis argentina. ¿Qué particularidades reunía el campo intelectual rosarino? 
¿Cuál es su diálogo con la producción académica de aquellos años? La antología de Setecientosmonos se deja leer en esa clave de preguntas. Tiene la virtud de 
convertir en archivo una revista apenas recordada. Pero además hace de esos 
documentos un muestreo de prácticas literarias que permiten restituir algunas 
huellas del contexto político y estético del momento. Su circulación, según se 
sugiere en el libro, reconoce tres etapas: en primer lugar, el origen orquestado entre 
Martini, Schork, Peréz Cantón y Radeff, marcado por la improvisación, el la 
impresión mimeografiada y con el único propósito de “difundir las cosas que 
escribían” (11); en segundo lugar, el período que cruza literatura y compromiso, 
claramente delimitado por la incorporación de Rosa en el número doble 3/4, cuyo 
artículo sobre el cuento “Cabecita Negra” de Rozenmacher “incorporaba la política y 
la historia argentina –el peronismo, la figura del cabecita negra- como un objeto de 
reflexión que no podía separarse de la práctica intelectual” (16); y finalmente, la 
última etapa, caracterizada por un giro critico que hizo que la relación entre 
intelectual y compromiso se viviera en términos de “política de la literatura” (37). El 
énfasis que el libro le otorga a estas dos últimas etapas hace que las privilegiemos 
como puntos de referencia. 

De escritores a intelectuales

Setecientosmonos. Antología es eficaz en marcar las instancias de inflexión 
en el pasaje “de escritores a intelectuales” (30) de los colaboradores de la revista, 
proceso fuertemente influenciado por la filosofía sartreana y, en particular, por la 
noción de compromiso, que exigía que el intelectual diera cuenta de sus actos o sus 
silencios en la determinada circunstancia en la que se encontraba inmerso. Según 
Terán (Historia de las ideas), la teoría del compromiso permitía el involucramiento 
en una determinada situación política o social, desde el propio campo intelectual e incluso desde sus propios márgenes institucionales. Los documentos incluidos en 
esta Antología explicitan dicho posicionamiento, asumiendo que la revista y a la 
literatura constituían medios de intervención sobre la realidad. El análisis realizado 
por los ensayistas de la antología sobre la Carta de la dirección del número 5 y el 
editorial Hoy, República Dominicana, (perteneciente al suplemento Testimonios del 
mismo número), los recupera en tanto documentos elocuentes de tal afirmación. Allí, 
como muestra Garbatzky, la ruptura y la toma de posición se hacen explícitas: 
“Decidimos ponernos en contra de medio mundo. Siempre lo estuvimos, hoy nos 
comprometemos expresamente”, se sostiene en la Carta (53). La revista tomó 
entonces un camino que no abandonaría y que, sin necesidad de manifiestos 
fundacionales o reiteradas declamaciones, asume como necesaria “la integración 
absoluta del escritor con su época” (19).
Se nos evidencia aquí otro eje que atraviesa los diversos ensayos de esta 
antología: la preocupación por ubicar a Setecientosmonos en el mosaico de 
publicaciones del período o, más precisamente, por mostrar el modo en que está 
atravesada por cuestiones de la época y los debates acerca de la mutua influencia 
entre obra literaria y realidad social. En ese marco, la asunción de la literatura en 
tanto herramienta de transformación nos muestra a la revista en la tardea de 
articular un discurso o estrategia grupal, capaz de marcar la distancia de la 
separaba de otras posiciones intelectuales y moldear un nosotros al interior de ese 
campo, que Altamirano y Sarlo definen como la creación de “vínculos y 
solidaridades estables” (Literatura/Sociedad 97). Demarcación que será 
consustancial a ese pasaje a partir de aquel juvenilismo inicial y de una concepción 
de la literatura comprometida “desde un nivel contenidista, o relativo a los actos individuales del escritor”, como señala Garbatzky (124-125), hacia una práctica 
literaria que se convierte en intervención política misma.
De este modo, las etapas que atraviesa Setecientosmonos y que recupera 
esta antología, demarcan un recorrido que se va “haciendo sobre la marcha” (41) y 
que, ante un creciente contexto de radicalización política, abraza a la literatura y a la
crítica literaria por su potencialidad interpelativa y –por qué no- revolucionaria. Como 
muestra claramente Aguirre, de ese intento inicial centrado en difundir narraciones 
locales, se pasa a una revista preocupada por establecer su lugar en el concierto de 
publicaciones intelectuales de la época, hasta llegar a la definición de una voz 
propia, interesada en la exploración de nuevas formas de escritura y de “abrir 
nuevas preguntas en torno a la literatura” (21) a través de las nuevas formas que 
asume la crítica literaria. 

El giro crítico 

La conformación de todo archivo trae consigo las marcas de una decisión 
selectiva. Y es por eso mismo un indicio a partir del cual pueden brotar los criterios 
de interpretación perseguidos. En el caso del capítulo IV, se almacenan variados 
ensayos críticos de Nicolás Rosa, Norma Desinano, Mario Vargas Llosa, Juan José 
Sebreli, Gladys Onega, Adolfo Prieto, Josefina Ludmer y María Teresa Gramuglio, 
publicados en diversos números de la revista y exponentes de lo que en la antología 
se denomina “una crítica nueva” (105). Este desfiladero de críticos literarios permitió 
la inclusión de artículos sobre Albert Camus (Vargas Llosa), David Viñas (Rosa / 
Gramuglio), Simone de Beauvoir (Sebreli), Oscar Masotta y Roberto Arlt (Rosa), 
Julio Cortázar (Prieto / Onega), Vicente Leñero (Ludmer), Juan Rulfo (Gramuglio) y 
Juan José Saer (Desinano). En la conformación de ese archivo recaen las interpretaciones de Di Crosta o Garbatzky, quedando abierto a nuevas lecturas 
analíticas. Asimismo, dicho archivo constituye una suerte de homenaje para los 
realizadores de una revista que transitó nuevas trayectorias críticas y tuvo el mérito 
de traducir y acercar a teóricos decisivos en su propia formación: “Novela y 
metafísica” de Maurice Merleau-Ponty, “Santidad y Consumo” de Jean-Paul Sartre, 
“Literatura hoy”, entrevista realizada a Roland Barthes. Si los dos primeros, sobre 
todo Sartre, operaron como faros de referencia a la hora de pensar la función social 
de la literatura y el compromiso franco con las causas sociales de la época, Barthes 
impulsó la vindicación de las formas y el valor “esencialmente interrogativo” que 
algunos de sus críticos literarios habrían de adjudicarle a la escritura (65). Es decir, 
un compromiso que comienza a prestar atención a los vestigios de realidad 
acogidos por la literatura y se ofrece como síntoma de los cambios avizorados por 
las nueva crítica, quien tornó inseparable la dualidad conformada por el contexto 
social y la individualidad estética (23).
En esos límites porosos se mueven los ensayos y traducciones 
originariamente publicadas en Setecientosmonos. La “crisis del comentario” (113) y 
la necesidad de transformar los modelos expresivos dieron paso a un nuevo registro 
crítico, moldeado recurrentemente por “la sociología marxista, el psicoanálisis 
existencial, la antropología estructural” (109). Al respecto, Garbatzky plantea que la 
revista aparece atravesada por diferentes sentidos de vanguardia: “ruptura con el 
orden burgués, con la visión europeizante y norteamericana, apoyo a las diferentes 
insurrecciones en Latinoamérica, compromiso sartreano del intelectual con la 
realidad política, y sobre todo, abandono de una formulación temática para permitir 
el pasaje hacia diferentes vías de acción” (131). Precisamente, la culminación de 
Setecientosmonos se diluyó en esas tensiones de época y la vida de sus escritores siguió biografías políticas e intelectuales diferentes siendo este rescate un mojón 
iniciático dentro de esas trayectorias, y una excusa para seguir pensando las 
singularidades del fragmentado campo intelectual rosarino. 
Por lo antes mencionado, el libro que aquí nos ocupa no puede verse como 
una mera antología documental sobre Setecientosmonos, sino que encierra una 
interpretación cultural sobre un artefacto literario convierte en objeto de reflexión, 
estudio e intervención. Derrida sostuvo que el archivo no es únicamente la 
documentación y su resguardo, sino también las operaciones que implica su 
custodia. En tal sentido, Setecientosmonos. Antología recupera páginas perdidas en 
el tiempo y nos propone un análisis sobre determinadas prácticas y escenarios 
intelectuales, sin olvidar aquello que los trazos de esas publicaciones han dejado 
tanto en la memoria como en la historia de Rosario. Viejos anaqueles guardan aún 
la trama azarosa, fugaz y heterogénea de sus revistas culturales. 

martes, 26 de marzo de 2013

Una maquina de escribir propia

Publicado en Rosario/12, sección Cultura/Espectáculos, 23 de enero de 2013

Estudios, documentación, fotos y artículos de (y sobre) Setecientosmonos se reúnen en un trabajo que permite aproximarse a la revista editada entre 1964 y 1967, y que fue vocera de la obra vanguardista, tanto crítica como literaria.







 Por Beatriz Vignoli
El año pasado, con aportes de Espacio Santafesino, la editorial Santiago Arcos publicó una valiosa antología de 366 páginas que reúne estudios, documentación, fotos y artículos de y sobre la revista literaria Setecientosmonos. Editada en Rosario entre 1964 y 1967 y bautizada así a partir de un chiste, la revista fue vocero de la obra vanguardista, tanto crítica como literaria, y eventualmente de las preocupaciones por su rol político como intelectuales, de un grupo de jóvenes narradores y críticos de Rosario, algunos de los cuales luego adquirirían una relevancia capital. Con edición por Osvaldo Aguirre y Gilda Di Crosta, Setecientosmonos. Antología se basa en un minucioso trabajo de investigación por parte de Aguirre, quien hasta rescata para la cubierta el moderno diseño neoplasticista de la tapa original. En la presentación del libro en el Centro Cultural del Parque España estuvieron Carlos Schork y Juan Martini, fundadores de la revista y sus primeros directores junto a Salvador Gatto.
Allá por 1964, según recapitula Aguirre, ambos "vivían en la misma cuadra, en las calles Ricchieri y Córdoba. Tenían poco más de 20 años". En la facultad se conocieron con Omar Pérez Cantón y a la vuelta de la esquina estaba Rubén Radeff, cuya familia tiene aún la librería La Médica. "Desconocidos en el ambiente literario", los editores de la revista "eran tan primerizos que ni siquiera tenían máquina de escribir propia". Se reunían los viernes a la noche en el bar Savoy. El staff incluía a Carmelina de Castellanos, única con antecedentes literarios, quien los orientó y los relacionó con escritores reconocidos, como Ernesto Sábato. Castellanos colaboraba en la revista El escarabajo de oro, de Abelardo Castillo, con quien "los monos" (así se autodenominaban, en broma, incluso en las notas de la revista) tenían un vínculo intenso, entre la emulación y el parricidio, o al menos tal ambivalencia se deduce comparando la satírica entrada que le dedican en una imaginaria enciclopedia con la entrevista que le hacen en el número doble 3/4 (incluida en el libro).
Los gustos literarios se repartían entre el realismo de Castillo y el experimentalismo del nouveau roman francés, vinculado este último al existencialismo de Jean﷓Paul Sartre: otro de sus próceres, sobre todo cuando rechazó el Nobel de Literatura en 1964. Sartre era un modelo de intelectual, no sólo de escritor; la relación entre literatura, compromiso ético y militancia política (ineludible en aquella época de transformaciones) se hace explícita con el número 5 en el primer (y único) suplemento Testimonios, donde se pronuncian en contra de la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana.
El número 3/4 marcó un salto cualitativo tras (entre otras cosas) la incorporación, en el número anterior, de Nicolás Rosa, a quien Shorck y Martini habían conocido al recibir ambos un premio literario en el concurso de cuentos de Amigos del Arte. Rosa reseñó libros de Germán Rozenmacher, Beatriz Guido y David Viñas, incorporándose como director a partir del número 6. Además de su nota sobre los mencionados "malos modales de escritor" de Sartre (Rosa dixit) fue de especial importancia, como paradigma de su propia obra crítica, su reseña de Sexo y traición en Roberto Arlt, de Oscar Masotta. Artículo que también se incluye en el libro, lo mismo que el de Mario Vargas Llosa sobre Camus (Nº 5), los de Adolfo Prieto y Gladys Onega sobre Cortázar (Nº 7), el de Josefina Ludmer sobre Vicente Leñero, el de Norma Desinano sobre Juan José Saer y los de María Teresa Gramuglio sobre Juan Rulfo, David Viñas, Luis Harss y, en el décimo y último número, "El espacio en la novela objetivista", un ensayo estético sobre literatura donde Gramuglio analiza la construcción del espacio narrativo a partir de la mirada. Leído 40 años después, este trabajo pareciera presagiar retrospectivamente todo lo que la llamada "poesía de los noventa" creyó volver a inventar (y que surge, en gran medida, precisamente de estas discusiones de los 60). "La reflexión sobre la novela, que se ha agudizado en los últimos años, ha replanteado a escritores y críticos el problema de las relaciones entre la novela y las demás artes (la música, el cine, las artes plásticas)", escribía Gramuglio en 1967, polemizando con Lessing, para quien el objeto propio de la poesía era el tiempo y esta no debía ocuparse del espacio y de los cuerpos, que pertenecían al dominio de la pintura. "En el texto literario las palabras no hablan a mi sensibilidad perceptiva. No veo, no percibo realmente este parque, este camino. Los signos han desatado su carga simbólica y han hablado a mi imaginación".
La conexión con la plástica más avanzada de entonces se daba no sólo a través de la presencia como interlocutor (que esta cronista imagina, aunque no se lo nombre) de Juan Pablo Renzi, sino porque uno de los logos de la revista fue diseñado por Rodolfo Elizalde, integrante a mediados de los 60, junto con Renzi y tantos otros, del Grupo de Artistas de Vanguardia que luego en 1968 realizarían el evento artístico y político Tucumán Arde. Señala Irina Garbatzky en uno de los estudios actuales incluidos en el libro: "La obra artística como acción revolucionaria se plantearía de manera inminente para algunos de los colaboradores de la revista, como Nicolás Rosa y María Teresa Gramuglio, quienes participaron de la experiencia (Tucumán Arde) que tuvo lugar en el local de la CGT de los Argentinos".
Un desconcertado Juan José Sebreli entrevista en París a Simone de Beauvoir; le va un poco mejor a Nicolás Rosa con Roland Barthes, al que sólo requiere traducir. Con Nicolás Rosa y Juan José Saer como traductores, las traducciones ocupan un sitio destacado, con ensayos de Merleau﷓Ponty, Sartre, Edouard Glissant y un cuento de Robbe﷓Grillet: "La playa". Además de cuentos por Martini, Schork, Marta Lynch, Mario Verandi y Angélica Gorodischer. Todo ello es reeditado en el libro, que además de por supuesto el sumario completo de los diez números, también incluye un apéndice de entrevistas: a Schork por Aguirre, y a Pérez Cantón y a Norma Desinano por Julieta Tonello.
Las polémicas, los cuentos, los editoriales; los escritores de entonces, como Ada Donato; las contradicciones del peronismo, el teatro de la época y su tensión con la represión de la dictadura de Onganía; la relación de la revista con sus pares locales como Pausa y Alto aire, son otras de las zonas que iluminan este libro, que desde los estudios y las reediciones pone en una necesaria perspectiva histórica la producción intelectual regional de autores aún activos.

viernes, 28 de diciembre de 2012

En contra de medio mundo


Publicado en diario La Capital, Suplemento Señales, 14/10/2012

En contra de medio mundo

Por Gilda Di Crosta. _ Entre 1964 y 1967, Setecientosmonos fue el lugar de formación de notables narradores y críticos rosarinos. Una antología reúne parte de esos textos, hasta ahora inhallables.

En mayo de 1964 aparece el primer número de la revistaSetecientosmonos. La "Carta de la dirección" expone los principios de su existencia: "Un grupo de gente joven que escribe lo que siente y quiere proyectarse", impulsado por "una inquietud desprovista de intereses políticos o lucrativos", cuya ambición es reunir "a todos aquellos que en mayor o menor medida sienten vocación e interés por la literatura y sus expresiones".
Por esos años, ya se habían publicado Pedro Páramo, de Juan Rulfo (1955), Los dueños de la tierra, de David Viñas (1959), La ciudad y los perros, de Mario Vargas Llosa (1963), Los albañiles, de Vicente Leñero (1963), Sobre héroes y tumbas, de Ernesto Sabato (1962), Rayuela, de Julio Cortázar (1963); luego vendrían Paradiso, de José Lezama Lima (1966), Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez (1967), Cambio de piel, de Carlos Fuentes (1967),Tres tristes tigres, de Guillermo Cabrera Infante (1967), La traición de Rita Hayworth, de Manuel Puig (1968), por mencionar algunos de los títulos de la narrativa argentina y latinoamericana que conformaron un horizonte de producciones literarias disímiles pero que en cierto sentido se erigían como "lo nuevo" por sus procedimientos lingüísticos, la ruptura de la estructura clásica de la novela, la indagación sobre la realidad y el realismo. Además son los años de "una etapa de intensa actividad experimental en las artes visuales (Instituto Di Tella) y en la crítica de arte y de la literatura (introducción de modelos semióticos como nueva metodología)". Se trata de una época en que las transformaciones radicales se percibían como inminentes en la política, el arte, la literatura, la subjetividad.
En este contexto, en que la política se convertía de manera creciente en "la región dadora de sentido de las diversas prácticas", el grupo de "amigos de la cuadra" sin intenciones ni banderías políticas, solamente con el objetivo de iniciar un espacio para la publicación de sus producciones literarias, rápidamente se vio obligado a una reconversión: de escritores a intelectuales. Casi simultáneamente, el otorgamiento del primer premio y una mención a Juan Carlos Martini y Carlos Schork (ambos directores de la revista) en un concurso de cuentos organizado por Amigos del Arte, les dio una validación como escritores y les posibilitó generar otras expectativas acerca de la revista.
Claudia Gilman en Entre la pluma y el fusil (Debates y dilemas del escritor revolucionario en América Latina), ejemplifica la conversión del escritor en intelectual, con una cita de Edgar Morin: "El escritor que escribe una novela es un escritor, pero si habla de la tortura en Argelia, es un intelectual". El fundamento de dicha conversión fue la noción de compromiso formulada por Sartre porque "acercó las aspiraciones políticas de los intelectuales con sus preocupaciones profesionales". La palabra compromiso reunía las figuras del escritor, el crítico y el militante y daba la justa valoración a una nueva literatura.
La ingenuidad inicial de Setecientosmonos se tornó en responsabilidad intelectual de manera manifiesta en el número 5 de la revista (abril de 1965), con una "Carta de la dirección" en la cual deciden ponerse "en contra de medio mundo" y declaran su inmersión e inserción en "la realidad política compleja, agresiva y absorbente" de su tiempo, reconociendo "en la literatura una función de expresión y de modificación" que los apartaba de la concepción de la literatura como mero ejercicio retórico. Un mes después de ese número, se edita el primer —y único— suplemento Testimonios, donde se pronuncian en contra de la intervención de Estados Unidos en la República Dominicana.
Modelos en cuestión
En el número doble 3/4, se comienza a perfilar ese posicionamiento de la revista para inscribirse en la impronta intelectual de la época. La "Carta de la dirección" enuncia cierta imperfección de los primeros números, de los cuales no reniegan, pero como las revistas "se van haciendo sobre la marcha", ésta va a ser su nueva marcha: "hacemos la revista (...) para que se sepa que existe toda una realidad inimaginada de hombres jóvenes que no tienen compromisos con la aparición de su nombre publicado, sino con el hombre como ser humano, con el hombre y sus problemas, con el hombre y la realidad". Un enunciado que se continúa en el texto que le sucede, la crítica de Nicolás Rosa sobre Cabecita negra de Germán Rozenmacher, y con el comentario "Jean-Paul Sartre. Premio Nobel 1964", también de Nicolás Rosa, donde se erige al escritor francés como figura consistente del intelectual comprometido.
En este número doble, aparece pronunciado de manera tímida el posicionamiento político, pero en realidad la revista antes tenía que tomar distancia de ciertos "modelos" que guiaban los dos números iniciales: la revista El escarabajo de oro, a cuyo director, Abelardo Castillo, se había entrevistado, y con la literatura de Ernesto Sabato, cuya última novela Sobre héroes y tumbas, era considerada por Castillo como "la más importante de los últimos 10 años". Si bien el reportaje que se publica no parece realizado con intenciones polémicas, en otros apartados de la revista se exhiben en tono humorístico algunas críticas. Bajo el título "Diccionario biográfico de la literatura argentina", se elabora una especie de futurismo transcribiendo entradas de un supuesto diccionario de escritores argentinos editado en 1980. Allí aparece una breve biografía de Castillo que dice: "Extraño y último representante del romanticismo argentino (...). En 1960 integró con Agosti y Portantiero el ala izquierda de la extrema derecha del neoizquierdismo filomarxista, en abierta oposición al ala derecha de la izquierda del neoderechismo (hacia el centro) del marxismo filocubano formado por Liberman, Piglia y Liliana Heker. Su afición zootécnica lo llevó a la creación de El Grillo de Papel, modesta tira cómica que desapareció a causa de un traspié político, siendo reemplazada por la opulenta, áurea y aburguesada revista El escarabajo de oro" (SM Nº 3/4). Otro detalle significativo de cierta tensión con esta revista de Buenos Aires es la leyenda que figura entre paréntesis "(Revista sospechosa)" debajo de su nombre, en la sección "Revistas recibidas".
Posiciones políticas
En el comentario sobre el rechazo de Sartre del Premio Nobel, Nicolás Rosa hace mención de lo dicho por Sabato sobre el tema: "Un premio se confiere y por lo tanto no compromete al que lo recibe sino al que lo da". Palabras que para Rosa ponen en evidencia el desconocimiento de "la continuada conducta de Sartre a través de veinte años de ejercicio de la literatura, la crítica y la política" y que le da pie para hacer un breve racconto de la experiencia intelectual sartreana, no polemizando directamente con lo dicho por Sabato —quizás porque no lo consideraba con suficiente consistencia teórica para entrar en disputa— sino que mostrando su ignorancia sobre Sartre. (...)
En la "Carta de la dirección" del número 5, se señala un posicionamiento definitivo dentro del campo intelectual de la época, particularmente en su efecto de choque estando en "contra de medio mundo", en la nueva impronta que adquiere como revista cultural por lo que publica en sus páginas, los autores que difunde, o aquellos que van a ser objeto de análisis polémicos, en consonancia con la factura estética que consolida en los siguientes números. A partir del número 6, las "cartas de la dirección", donde manifestaban lo que alentaba la aparición de cada número, dejan de encabezar las ediciones. Luego del editorial del número 5, los textos con los que comienzan los números siguientes aparecen como enunciados suficientes de la nueva perspectiva teórica, política y crítica de la concepción de la literatura a la que adscriben: "Novela y metafísica" de Merleau-Ponty (con traducción de Nicolás Rosa) en el Nº 6; "Santidad y consumo" de Sartre (con traducción de Nicolás Rosa) en el Nº 7; "Los mitos de la burguesía" de Barthes (con traducción de Nicolás Rosa) en el Nº 8; "Mafud: una mitología sexual argentina", de Nicolás Rosa, en el Nº 9 y el relato "La playa" de Robbe-Grillet (con traducción de Juan José Saer) en el último número.
Los cambios en los contenidos y organización de la revista coinciden con (y en gran medida se deben a) nuevas incorporaciones. Nicolás Rosa aparece como una figura protagónica potente en este sentido, ya que su entrada se produce en el número 3/4 en carácter de "colaborador permanente", luego pasa a "secretario de redacción" en el número 5 y finalmente conforma la dirección de la revista en los números siguientes. Juan Martini años después habla de su ingreso como significativo "porque influye mucho en el espacio que se le va a dar en la revista a la crítica y al ensayo. (...) Nicolás empieza a articular la narración y la ficción con la crítica" y a través de él "fueron publicando en la revista los críticos más importantes: Adolfo Prieto, María Teresa Gramuglio, Josefina Ludmer".
Inserta en una determinada impronta epocal, Setecientosmonos debió girar su formulación inicial de revista de principiantes escritores hacia una revista literaria asumida con responsabilidad intelectual. Situándose en la problemática relación entre literatura y política, logró formular de manera eficaz en sus últimos tres números una relación con la política no en términos meramente partidarios ni ideológicos, sino más bien "en el sentido de la política de la literatura" (Alberto Giordano, Razones de la crítica). Más que instaurar un mero debate ideológico, la relación se inscribió en los objetos de lectura y lo que se decía de esos objetos, es decir, no se redujo a la literatura a una simple expresión ideológica, y por ende a una simple función instrumental: comunicar determinada ideología.

jueves, 27 de diciembre de 2012

Entrevista a Ruben Radeff


Entrevista a Ruben Radeff, a propósito de su participación en la revista Setecientosmonos.

¿Cómo se incorpora al equipo de la revista?

R. R: A Juan Carlos Martini y a Carlos Schork los conocía del barrio, nos criamos juntos. Y un buen día estos dos muchachos se largaron a escribir. Me embarcaron en esta aventura, no porque yo escribiera, sino porque estaba relacionado con los libros. Mi vida transcurrió entre libros porque mi padre tenía la librería La Médica. Los que iniciaron la revista fueron Juan Carlos Martini, Carlos Schork, Mario Gesé. Fuimos conociendo gente, las reuniones que hacíamos en el Savoy fueron tomando trascendencia. Me acuerdo de que a una reunión vino Santiago Kovadloff. Cuando un escritor venía a Rosario a dar una charla o a presentar un libro, nosotros tratábamos de ubicarlo y de que se acercara a las reuniones de la revista.

¿Qué se hacía en esas reuniones en el Savoy?

R. R: Se leían poesías, cuentos. Decidíamos que iba a salir publicado en cada número, se ponía sobre la mesa el material que había y se seleccionaba. Recuerdo que en un momento empezó a venir Nicolás Rosa, creo que en ese entonces él ya era profesor en la facultad. Había una amistad muy grande con Carmelina de Castellanos, el esposo también era profesor de la facultad, y a través de ellos llegamos a Sábato. La primera vez que lo vi a Sábato fue en la casa de Carmelina, estuvimos toda una tarde con él. Ada Donato tenía un vínculo muy bueno con nosotros, iba seguido a las reuniones, ella era más grande que nosotros. El poeta Eduardo D’ Anna también asistió a algunas reuniones.

En los primeros números estuvo a cargo de la sección Best Sellers.

R. R: Sí, en esa época recién se empezaba con la moda de los Best Sellers, era la época en que “Cien años de soledad” era Best Sellers. Alrededor de los años sesenta mi padre empezó a editar libros de medicina, entonces teníamos una relación bastante fluida con las imprentas. Por eso después de los primeros números, la revista empezó a salir en imprenta, la hacíamos en Molachino. El número1 y 2 se hicieron en mimeógrafo.

¿Cómo circulaba la revista?

Se vendía fundamentalmente en las librerías de Rosario, la repartíamos en los kioscos céntricos y en la estación de ómnibus. A Buenos Aires llegó recién en los últimos números. En la primera tirada salieron alrededor de trescientos ejemplares, y puede haber llegado a los mil ejemplares en los últimos números.

¿Cuáles eras sus lecturas en esa época?

R. R: Bueno, esa fue la época del boom latinoamericano. Leíamos a Vargas Llosas, Cortázar, Sábato, García Márquez, Borges. En alguna ocasión leímos un cuento de Borges en una reunión para tratar de desentrañarlo entre todos. Con Juan Carlos Martini fuimos una vez a Buenos Aires a la casa de Borges, y a través de la ama de llaves que nos atendió le hicimos saber que hacíamos una revista literaria en Rosario, y que queríamos hacerle una entrevista. Él nos recibió, no recuerdo si finalmente salió publicada esa entrevista.

¿Cómo recuerda la época de la revista?

R. R: Creo que fue importante la revista, junto con otras como El lagrimal trifurca y  La ventana, que hacía Orlando Calgaro. La juventud con inquietudes literarias era la que consumía las revistas, la que se acercaba a las reuniones.

Más adelante abre la librería Signos con Juan Carlos Martini y Mario Gesé, ¿cómo fue esa experiencia?

R. R: Abrimos en un local de la galería La Favorita. Ahí estuvimos un poco más de un año, después pegamos un salto muy grande, y pasamos a Córdoba y Corrientes. El fuerte de la librería eran las Ciencias Sociales y la literatura, era un nido de intelectuales, venía mucha gente de la facultad de Letras. Todas las tardes se acercaba gente, eran habitués Gary Vila Ortiz, Ovide Menin. Después, ya en los setenta, con Juan Carlos Martini y su suegro fundamos la editorial Encuadre. Ahí teníamos material político, ensayos, se publicó el primer libro de cuentos de Fontanarrosa, también “Prostitución y rufianismo”. Con el gobierno militar tuvimos que hacer desaparecer todo, teníamos material muy peligroso para la época: “Escritos económicos” del Che Guevara, “Discursos políticos” de Fidel Castro.

lunes, 17 de diciembre de 2012

Audio Presentación de la antología


Carlos Schork, Juan Martini, Gilda Di Crosta y Osvaldo Aguirre presentan Setecientosmonos. Antología,el jueves 18 de octubre en el Túnel 4 del Centro Cultural Parque de España.

Registro sonoro y fotografía: Adolfo Corts.



http://www.letracosmos.com.ar/sin-categoria/presentacion-de-setecientosmonos-antologia-audio/


                                                                                                     Publicación original en sitio web Letracosmos